jueves, 3 de junio de 2010

ISRAEL

Sabemos que no es fácil interpretar la historia, pero cuando más de una decena de personas desarmadas mueren a manos de gente armada no hay más remedio que poner el grito en el cielo y denominar asesinato a la acción. El hecho de que la matanza sea realizada por un ejército legalizado no sólo no justifica el derramamiento de sangre, sino que lo agrava.
La europa que hizo posible el sangriento siglo XX se horrorizó ante el sufrimiento del pueblo hebreo en la segunda guerra mundial, pero el colectivo israelita ha sido poseido por el dolor y por el miedo a perder de nuevo la llamada tierra prometida que se ha convertido en el mayor agente de inestabilidad y de injusticia del mundo. El mal lo ha poseido. Es una forma de denominar la posesión diabólica pues, al fin y al cabo, el diablo no tiene rabo ni cuernos, pero existe en colectivos humanos. Han sufrido tanto y tienen tanto miedo en su historia colectiva que reaccíonan poseídos por el mal. Hacen daño. Realizan acciones que les escandalizarían si no estuviesen poseidos de esa manera e incluso actúan como en las tragedias griegas, como si el destino les llevase de la mano hasta donde no quieren. ¿Cómo exorcizar esta situación? Sólo su propia sociedad civil, en un ejercicio de empatía hacia las víctimas que están creando, puede hacerlo. Porque el mal también se está apoderando, y poseyendo, a esas víctimas que desde hace décadas ven violadas sus casas, sus territorios, su esperanza, en un suelo lleno de sangre y de lágrimas. Y la lucha de quien está poseido por el mal contra quien está poseído contra el mal es totalmente estéril y sólo puede crear mayor dolor y expandirse. En otra terminología se le llama el maligno.

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