martes, 22 de febrero de 2011

El sueño de los sueños

A veces nos preguntamos si la vida diurna es lo real o es más real la vida de los sueños, de todos y cada uno de nuestros sueños, diurnos o nocturnos. Alguien puede decir que la vida real es todo, especialmente aquello que no se puede tocar, que no se puede controlar. Y que los sueños y el resto de la vida se encuentran tan imbricados, tan unidos desde todos los puntos de vista que no se puede entender lo uno sin lo otro. Cuando dejamos de tener sueños de todo tipo estamos tan secos internamente que comenzamos a morir. Y cuando fluye la ilusión, los deseos, los proyectos, aun los más locos, la vida fluye como el agua del manantial que no se agota. Quien sueña que está soñando está llegando al límite. Y puede presumir de no detenerse. Cuando tenemos pesadillas, en vez de sueños -¿O son también sueños?- estamos anclando el día a día al agujero negro de la tristeza. Jamás podemos encontrar peor consejera. Por eso, porque el fuelle de los sueños es la esperanza, los gritos de desesperanza no pueden con ella. Y para soñar soñando hacen falta muchas, pero que muchas ganas de prender la vida con la última yesca que se mantenga encendida, aunque parezca que todo se termina, porque se puede abrir la luz de par en par con una simple decisión en la mirada.