lunes, 27 de septiembre de 2010

COGER LA LUNA CON LAS MANOS

Ha sido como una revelación. Ha sucedido de repente, en el momento que menos lo esperaba. Yo iba a mi trabajo a primera hora de la mañana. Una madre empujaba el carrito de su niño de pocos años hacia una guardería cercana. La madre estaba pendiente de los gestos del niño y me he detenido a observarlos. ¿Por qué miraban ambos hacia el cielo? La luna era preciosa a esas horas tempranas de la mañana. Y el niño la observaba, casi llena, majestuosa entre los árboles, dorando tenuemente el cielo azul. El niño quería coger la Luna entre sus manos. La madre le contaba que no era posible cogerla, pues estaba muy lejos. El niño no estaba convencido. La madre insistía con ternura y, como el niño no terminaba de convencerse, ha proseguido su camino, empujando el carrito hacia la guardería, mietras la Luna seguía firme, alta, bella, por encima de los edificios de la ciudad. Yo estaba convencido de que era el niño quien tenía razón. Después de pensarlo en varias ocasiones a lo largo del día sigo más convencido aún, aunque cuando he llegado a mi trabajo y, al cabo de un rato, he vuelto a mirar a la Luna, ya no se divisaba en el cielo. Había desaparecido. Dicen que tiene relación con la luz, con la posición del Sol, con el avance horario. Pero yo creo que se equivocan. Ya no está el niño queriendo cogerla. Es por eso.